
El lamento de Portnoy o El mal de Portnoy es una obra irreverente, con un protagonista al que podemos llegar a despreciar y un ritmo seductor pese a su carácter de monólogo.
Philip Roth nos presenta entre sus páginas a Alexander Portnoy: un niño, un adolescente, un adulto. Nos enseña una vida entera desde la consulta del psicoanalista.
Alex, nacido en el seno de una familia profundamente religiosa, está obsesionado desde niño con su escrupulosa y estricta madre para quien la higiene impecable es igual de importante que la cocina kosher. Está dotado con más inteligencia, pero menos sentido común, que su hermana y se siente extremadamente torturado por la estupidez de su padre.
El lamento de Portnoy narra la vida de un niño con un fuerte complejo de Edipo, un adolescente cuyas hormonas desbocadas no le permiten otra cosa que masturbarse compulsivamente y un adulto obsesionado con su sexualidad que avanza por las relaciones preguntándose por qué debería establecerse si su familia era incomprensible y el sexo monogámico, insatisfactorio.
Si queremos resumir este libro, debemos resumir una vida y ninguna vida es fácil de explicar sin prestar atención a la familia del protagonista:
- Su padre: muy trabajador y estricto en la religión, a los ojos de Alex tan solo es un inculto que probablemente fue infiel a su madre, pese a pregonar las virtudes de la religión judía y la familia. Jamás leeréis a nadie que hable más del estreñimiento que este personaje. Siempre quejándose de sus tripas, siempre obsesionado con el cuarto de baño. Como dice Portnoy en una ocasión: «¿pueden las personas ser tan abismalmente estúpidas y seguir viviendo? ».
- Su madre: limpiadora compulsiva que ve a los gérmenes casi como a enviados del infierno y que, aunque castigaba y amenazaba a su hijo con un cuchillo… él sabe que ella lo hacía siempre «por su bien». Sin saberlo, crea un vínculo íntimo con un niño peculiar que termina marcando sus primeras tentativas sexuales y su desarrollo posterior.
- Su hermana: una chica normal con una madre que se encarga de recalcar que está gorda y es menos inteligente que Alexander todas las veces que puede.
Desde la consulta del especialista vemos el verdadero trasfondo de su vida, sus obsesiones, sus más oscuras perversiones y todo el rechazo que destila hacia la religión en la que fue educado. «Tengo más marcas que un mapa de carreteras, las represiones me señalan de la cabeza a los pies. Puede usted recorrer mi cuerpo entero, a lo ancho y a lo largo, por súper autopistas de vergüenza e inhibición y miedo».
Esta obra, conocida como hemos dicho como El lamento de Portnoy o El mal de Portnoy, es la sátira, la burla y los traumas psicológicos llevados al papel en un brillante monólogo de los labios de un treintañero. Estuvo censurada y su autor recibió innumerables críticas que insinuaban que su personaje pervertido y obsesivo estaba inspirado en sus propias vivencias. Philip Roth siempre lo ha negado y yo, particularmente, encuentro esas afirmaciones muy ofensivas para la creatividad de cualquier escritor.
En vuestras manos está elucubrar al respecto y descubrir el final de tan detallada sesión de terapia psicoanalítica, ¿o quizás solo el principio?